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ACADEMIA FILOSOFICA HEBREA SINAI
Blog de sinai
03 de Febrero, 2008 · General

Capítulo 20 FLAVIO JOSEFO

Capítulo XX

 De cómo fueron halladas y vengadas las traiciones y maldades de Antipatro contra Herodes.

 

No hubo tampoco de faltar en la prueba de estas cosas, por resolución y fe de todo lo probado contra Antipatro, Batilo, su liberto, el cual trajo consigo otra ponzoña, es a saber, veneno de serpientes muy ponzoñosas, para que si el primero no aprovechase, pudiese Feroras y su mujer armarse con este otro. Este mismo, además del atrevimiento que había emprendido contra su padre, tenía como obra consiguiente a su empresa las cartas compuestas por Antipatro con sus hermanos.

Estaban en este tiempo en Roma estudiando Arquelao y Filipo, mozuelos ya de grande ánimo y nietos del rey, de­seando Antipatro quitarles de allí, porque le estorbaban la esperanza que tenía, fingió ciertas cartas contra ellos él mis­mo, en nombre de los amigos que vivían en Roma, y habiendo corrompido algunos de ellos, les persuadió a escribir que estos mozos decían mucho mal de su abuelo y se quejaban públi­camente de la muerte de sus padres Alejandro y Aristóbulo, y sentían mucho que Herodes tan presto los llamase, porque había mandado ya que se volviesen, por lo cual Antipatro tenía gran pesar. Antes que partiesen, estando Antipatro aun en Judea, enviaba mucho dinero a Roma por que escribiesen tales cartas: y viniendo a su padre por evitar toda sospecha, fingía razones para excusarlos, diciendo que algunas cosas se habían escrito falsamente, y las otras se les debían perdonar como a mozos, porque eran liviandades de mancebos.

En este mismo tiempo trabajaba por encubrir las señales y apariencia que manifiestamente se mostraban, de los gastos que hacía en dar tanto dinero a los que tales cartas escribían: traía muy ricos vestidos, muchos atavíos muy galanos; compraba muchos vasos de oro y de plata para su vajilla, porque con estos gastos disimulase y encubriese los dones que había dado a los falsarios de aquellas cartas. Hallóse que había gas­tados en estas cosas doscientos talentos, y la causa y ocasión de todo esto había sido Sileo.

Pero todos los males estaban cubiertos con el mayor; y aunque los tormentos que habían dado a tantos gritasen y publicasen cómo había querido matar a su padre, y las cartas mostraban claramente que habla hecho matar a sus hermanos, no hubo algunos de cuantos venían de Judea que le avisase, ni le hiciese saber en qué estado estaban las cosas de su casa, aunque en probar esta maldad y en su vuelta de Roma, habían pasado siete meses, tan aborrecido era por todos; y acaso los que tenían voluntad de descubrirlo, se lo callaban por instiga­ción de las almas de los hermanos muertos.

Envió cartas de Roma que luego vendría, haciendo saber con cuánta honra le había César dado licencia para que se volviese; pero deseando el rey tener en sus manos a este ace­chador, temiendo que se guardase si por ventura lo sabía, él también fingió gran amor y benevolencia en sus cartas, escri­biéndole muchas cosas; y la que principalmente le encargaba, era que trabajase en que su vuelta fuese muy presto: porque si daba prisa en su venida, podría apaciguar la riña que tenía con su madre, la cual sabía bien Antipatro que había sido desechada.

Había recibido, estando en Trento, una carta en la cual le hacían saber la muerte de Feroras, y había llorado mucho por él y esto parecía bien a algunos que se doliese del tío, hermano de su padre; pero, según lo que se podía entender, la causa de aquel dolor era porque sus asechanzas y tratos no le habían sucedido a su voluntad; y no lloraba tanto la muerte de Feroras por serie tío, como por ser hombre que había enten­dido en aquellos maleficios, y era bueno para hacer otros tales.

Estaba también amedrentado por las cosas que había he­cho, temiendo fuese hallado o sabido por ventura lo que había tratado de la ponzoña. Y como estando en Cilicia le fuese dada aquella carta de su padre, de la cual hemos hablado arriba, apresuraba con gran prisa su camino; pero después que hubo llegado a Celenderis, vínole cierto pensamiento d su madre, adivinando su alma ya por sí misma todo lo que d verdad pasaba. Los amigos más allegados y más prudentes le aconsejaban que no se juntase con su padre antes de saber ciertamente la causa por la cual había sido echada su madre porque temían que se añadiese algo más a los pecados de si madre. Los menos prudentes y más deseosos de ver a su tierra que de mirar y considerar el provecho de Antipatro, aconse­jábanle que se diese prisa, por no dar ocasión de sospechar alzo viendo que se tardaba, y por que los malsines no tuviesen lugar para calumniarlo. Que si hasta allí se había hecho o movido algo, era por estar él ausente, porque en su presencia no había alguno que tal osara hacer; y que parecía cosa muy fea carecer de bien cierto por sospecha incierta, y no presentarse a su padre, y recibir el reino de sus manos, el cual pendía de él solo.

Siguió este parecer Antipatro, y la fortuna lo echó a Se­baste, puerto de Cesárea, donde vióse en mucha soledad, porque todos huían de él y ninguno osaba llegársele. Porque aunque siempre fué igualmente aborrecido, sólo entonces tenían libertad para mostrarle la voluntad y el odio.

Muchos no osaban venir delante U rey por el miedo que tenían, y todas las ciudades estaban ya llenas de la venida de Antipatro y de sus cosas. Sólo Antipatro ignoraba lo que se trataba de él.

No había sido hombre más noblemente acompañado hasta allí, que él en su partida pira Roma, ni menos bien recibido a su vuelta. Sabiendo él las muertes que habían pasado en los de su casa, encubríalas astutamente; y muerto casi de temor dentro el corazón, mostraba a todos gran contentamiento en la cara. No tenla esperanza de poder huir, ni podía salir de tantos males de que cercado estaba. No había hombre que le dijese algo de cierto de todo cuanto en su casa se trataba, porque el rey lo había prohibido bajo muy gran pena. Así, estaba una vez con esperanza muy alegre, haciendo creer que no se había hallado algo, y que si por dicha se había algo descubierto, con su atrevida desvergüenza lo excusaría, y con sus engaños, los cuales le eran como instrumentos para alcan­zar salud.

Armados, pues, con ellos, vínose al palacio con algunos amigos, los cuales fueron echados con afrenta de la puerta primera.

Quiso la fortuna que Varrón, regidor de Siria, estuviera allí dentro; y entrando a ver a su padre, con atrevimiento grande, muy osado, llegábase cerca como por saludarlo. Echándole Herodes, inclinando su cabeza a una parte un poco, dijo en voz alta: "Cosa es ésta de hombre que quiere matar a su padre, quererme ahora abrazar estando acusado de tantos ma­leficios y maldades. Perezcas, mal hombre impío, y no me toques antes de mostrarte sin culpa y excusarte de tantas mal­dades como eres acusado. Yo te daré juicio y por juez a Varrón, el cual se halló aquí a buen tiempo. Vete, pues, de aquí presto, y piensa cómo te excusarás para mañana; porque según tus maldades y astucias, pésame darte tanto tiempo."

Amedrentado mucho Antipatro con estas cosas, no pu­diendo responderle palabra, volvió el rostro y fuése. Como su madre y mujer le viniesen delante, contáronle todas las prue­bas que había hechas contra él: y él, volviendo entonces en sí, pensaba de qué manera se defendería.

Al otro día, juntando el rey consejo de todos sus amigos y allegados, llamó también los amigos de Antipatro; y estando él sentado junto a Varrón, mandó traer todas las pruebas y testigos contra Antipatro, entre los cuales había también unos que estaban ya presos de mucho tiempo, esclavos de la madre de Antipatro, los cuales habían traído de ésta ciertas cartas al hijo, escritas de esta manera:

"Porque tu padre entiende todas aquellas cosas, guárdate de venirte cerca, si no hubieres socorro de César."

Traídas, pues, estas cosas y muchas otras, entró Antipatro, y arrodillándose a los pies de su padre, dijo: «Suplícote, padre mío, no quieras juzgar de mí algo antes de dar oído y escu­char primero mi satisfacción enteramente; porque si tú quie­res, yo mostraré y probaré mi disculpa."

Entonces, mandándole con alta voz que callase, habló con Varrón lo siguiente:

"Ciertamente sé que tú, Varrón, y cualquier otro juez juz­gará a Antipatro por digno de la muerte. Terno mucho que tú mismo aborrezcas mucho mi fortuna, y me tengas por digno de toda desdicha, porque he engendrado tales hijos: pues por esta causa has de tener mayor compasión de mí por haber sido tan misericordioso contra tan malos hombres: por­que siendo aún aquellos dos primeros muy mozos, yo les había hecho donación de mi reino: y habiéndoles hecho criar en Roma, habíalos puesto en gran amistad con César; pero aquellos que había puesto para que imitasen a otros reyes, los he hallado enemigos de mi salud y de mi vida, cuyas muertes han aprovechado mucho a Antipatro: a éste buscaba segu­ridad, principalmente por haber de serme sucesor en el reino y por ser mancebo. Pero esta bestia, habiendo experimentado en mí más paciencia de la que debía yo mostrarle, quiso echar en mí su hartura; y parecíale vivir yo más de lo que le con­venía, no pudiendo sufrir mi vejez, por lo cual no quiso ser hecho rey sin que primero matase a su padre. Muy bien en­tiendo de qué manera vino a pensar esto, porque le saqué ¿el puesto donde estaba, menospreciando y echando los hijos que me habían nacido de la reina, y le había declarado por Vi­cario mío en mi reino, y después de mí por rey. Confiésote, pues, a ti, Varrón, en esto, el error grande que tenía asentado en mi entendimiento. Yo he movido estos hijos contra mí, pues por hacer favor a Antipatro, les corté todas las esperan­zas. ¿Qué me debían los otros, que no me debiese éste mucho más? Habiéndole concedido casi todo mi poder y mando, aun viviendo yo dejándole por heredero de todo mi reino, y además de haberle dado renta ordenada de cincuenta talentos cada año, cada día le hacía todos sus gastos con mis dineros, y habiéndose de ir para Roma, ahora le di trescientos talentos; y encomendélo a él sólo, como guarda de su padre, a César. ¡Oh! ¿Qué hicieron aquellos que fuese tan gran maldad, como las de Antipatro? ¿Qué indicios o pruebas tuve yo de aquellos, así corno tengo de las cosas de éste? Y aun de éste puedo probar que ha osado hacer algo el matador de su padre y perverso parricida, para que tú, Varrón, te guardes, pues aun piensa encubrir la verdad con sus engaños. Mira que yo conozco bien esta bestia, y veo ya de lejos que ha de defenderse con razones semejantes a verdad, y que te ha de mover con sus lágrimas. Este es el que en otro tiempo me solía amonestar que me guardase de Alejandro entretanto que vivía, y que no fiase mi cuerpo de todos; éste es el que solía entrarse hasta mi cámara, y mirar que alguno no me tuviese puestas asechan­zas: éste era el que me guardaba mientras yo dormía: éste me aseguraba: éste me consolaba en el llanto y dolor de los muertos: éste era el juez de la voluntad de los hermanos que quedaban en vida: éste era mi defensa y mi guarda. Cuando me acuerdo, y me viene al pensamiento, Varrón, su astucia, y cómo disimulaba cada cosa, apenas puedo creer que estoy en la vida y me maravillo mucho de qué manera he podido quitar y huir un hombre que tantas asechanzas me ha puesto por matarme. Pero pues mi desdicha levanta y revuelve mi propia sangre contra mí, y los más allegados me son siempre contra­rios y muy enemigos, lloraré mi mala dicha y geniiré mi soledad conmigo mismo. Pero ninguno que tuviere ser de mi sangre me escapará, aunque haya de pasar la venganza por toda mi generación."

Diciendo estas cosas, hubo que cortar su habla y callar por el gran dolor que le confundía; pero mandó a uno de sus amigos, llamado Nicolao, declarar todas las pruebas que se habían hallado contra Antipatro. Estando en esto, levantó Antipatro la cabeza, y quedando arrodillado delante de su padre, dijo con alta voz: "Tú, padre mío, has defendido mi causa, porque, ¿de qué manera había yo de buscarte ase­chanzas para darte la muerte, diciendo tú mismo que siempre te he guardado y defendido? Y si el amor y la piedad mía para ti, mi padre, dices que ha sido fingida y cautelosa, ¿cómo he sido en todas las cosas tan astuto, y en esta sola tan simple y sin sentido, que no entendiese que si los hombres no alcan­zaban tan gran maldad, no podía serle escondida al juez celestial, el cual está en todo lugar, y de allá arriba lo ve y mira todo? Por ventura, ¿ignoraba yo lo que mis hermanos debían hacer, de los cuales Dios ha tomado venganza manifies­tamente, porque pensaban mal contra ti? ¿Pues qué cosa ha ha­bido por la cual hubiese de ofenderme tu salud? ¿La esperanza de reinar? No, porque ya yo reinaba. ¿La sospecha de ser aborrecido? Menos, porque antes era muy amado. Por ven­tura, ¿algún miedo que yo tuviese de ti? Antes por guardarte, los otros huyen de mí, y me temían. Por ventura, ¿fué causa la pobreza? Mucho menos, porque, ¿quién hubo que tanto despendiese, y quién más a su voluntad?

"Si yo fuera el más perdido hombre del mundo, y tuviese, no ánimo de hombre, sino de bestia y muy cruel, debía cier­tamente ser vencido con los beneficios tantos y tan grandes que de ti he recibido como de padre verdadero, habiéndome, según tú has dicho' puesto en tu gracia y tenido en más que a todos los otros hijos, habiéndome declarado en vida tuya por rey, y con muchos otros bienes muy grandes que me has concedido, has hecho que todos me tuviesen envidia. ¡Oh, des­dichado yo y amarga partida y peregrinaje mío! ¡Cuánto tiempo y cuánto lugar he dado a mis enemigos para ejecutar su mala voluntad y envidia contra rní! Pero, padre mío, por ti y por tus cosas me había ya ido, por que no menospreciase Sileo tu vejez honrada; Roma es testigo del amor y piedad mía de verdadero hijo, y el príncipe y señor del universo, César, el cual me llamaba muchas veces amador de mi padre

"Toma, padre, estas cartas suyas. Estas son más verdaderas que no las acusaciones fingidas contra mí; con ellas me de­fiendo. Estos son argumentos y señal muy cierta de mi amor y afición de hijo. Acuérdate cuán forzado y cuán a mi pesar haya partido de aquí, sabiendo claramente las enemistades que muchos tienen con‑migo. Tú, oh padre, me has echado a perder imprudentemente y sin pensarlo. Tú has sido causa que diese yo tiempo y ocasión a todas las acusaciones contra mí; pero quiero venir a las señales que de ello tengo; todos me ven aquí presente, sin haber sufrido ni en la tierra ni en la mar algo que sea digno de un hijo que quiere matar a su padre; pero no me excuses aún ni me ames por esto, porque yo sé que soy delante de Dios y delante de ti, mi padre, conde­nado. Y corno tal te ruego que no des fe a lo que los otros han confesado en sus tormentos; venga el fuego contra mí, abráseme las entrañas y desháganlas a pedazos los instru­mentos que suelen dar pena; no perdones a cuerpo tan malo, porque si yo soy matador de mi padre, no debo escapar sin gran pena y sin gran tormento."

Diciendo con gritos y voces altas lo presente, derramando muchas lágrimas y dando gemidos, movió a todos, y a Varrón también, a misericordia; sólo Herodes, con la gran ira que tenía, no lloraba, estando tan bien visto en la verdad de aquel negocio y en las pruebas.

Nicolao dijo allí muchas cosas, por mandado del rey, de las astucias y maldades de Antipatro, con las cuales quitó la esperanza de tener de él misericordia, y comenzó una grave acusación, imputándole todos los maleficios y maldades que se habían hecho en el reino, pero principalmente las muertes de sus hermanos, las cuales mostraba haber acontecido por calumnias de él, y que, no contento con ellas, aun acechaba a los que vivían, como que le hubiesen de quitar la herencia y sucesión en el reino. Porque aquel que da ponzoña a su padre, mucho más fácilmente y con menos miedo la daría a sus hermanos. Viniendo después a probar la verdad de la ponzoña, mostraba las confesiones por su orden, aumentando también la maldad de Feroras, como que Antipatro le hubiera hecho matador de su hermano; y habiendo corrompido los mayores amigos del rey, había henchido de maldad toda la Casa Real. Habiendo dicho, pues, estas y muchas cosas tales, y habiéndolas todas probado, acabó.

Mandó Varrón a Antipatro que respondiese, al cual no :respondió ni dijo otra cosa sino "Dios es testigo de mi inocencia y disculpa". Y estando echado en tierra, humilde y callado, pidió Varrón la ponzoña, y dióla a beber a uno de los conde­nados a morir; y siendo en la misma hora muerto, habiendo hablado algo en secreto con Herodes,‑ escribió todo lo que se ha­bía tratado en el Consejo, y al otro día después se partió de allí.  Pero el rey, con todo esto, dejando a Antipatro muy auen recaudo, envió embajadores a César, haciéndole saber lo que se había tratado de su muerte.

También era acusado Antipatro de que había acechado a Salomé Por matarla. Había venido un criado o esclavo de Antifilo, de Roma, con cartas de una cierta criada de Julia, llamada Acmes, con las cuales le hacía saber al rey cómo entre las cartas de Julia se hablan hallado ciertas cartas de Salomé, escritas por mostrarle la buena voluntad que le tenía. En las cartas de Salomé había muchas cosas dichas malamente contra el rey, y muy grandes acusaciones; pero todo esto era fingido por Antipatro, el cual, habiendo dado mucho dinero a Acmes, la había persuadido que las escribiese y enviase a Herodes, porque la carta escrita por esta mujercilla lo manifestó, cuyas palabras eran éstas: "Yo he escrito a tu padre, según tu vo­luntad, y le he enviado otras cartas, con las cuales ciertamente sé que el rey no te podrá perdonar si las viere y le fueren leídas. Harás muy bien si después de hecho todo, te tienes a lo prometido y te acordares de ello." Hallada esta carta y todo lo que fué fingido contra Salomé, vínole al rey el pen­samiento de que fuese por ventura muerto Alejandro por falsas informaciones y cartas fingidas; y fatigábase pensando que casi hubiera muerto a su hermana por causa de Antipatro. No quiso, pues, esperar más ni tardar en tomar venganza y castigo de todo en Antipatro; pero sucedióle una dolencia muy grave, la cual fué causa de no poder poner por obra ni ejecutar lo que había determinado.

Envió, con todo, letras a César, haciéndole saber lo de la criada Acrnes, y de lo que habían levantado a Salomé; y por esto mudó su testamento, quitando el nombre de Antipatro.  Hizo heredero del reino a Antipa, después de Arquelao y de Filipo, hijos mayores, porque también a éstos habla acechado Antipatro y acusado falsamente. Envió a César, además de muchos otros dones y presentes, mil talentos, y a sus amigos libertos, mujer e hijos, casi cincuenta; dió a todos los otros muchos dineros y muchas tierras y posesiones; honró a su hermana Salomé con dones también muy ricos, y ‑corrigió lo que hemos dicho en su testamento.


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